Hay un miedo irracional que nos ataca cuando menos lo esperamos. No lo podemos controlar, simplemente lo sentimos y no podemos escapar de él.
Recuerdos, chispazos en nuestras mentes que nos transforman en entes vulnerables a lo que se acerca y nos recuerda que somos humanos y que las corazas son inútiles.
A medida que el tiempo avanza logró captar que la percepción es algo trascendental en nuestro día a día. Realmente no podemos saber qué es lo que piensan los demás. Miedo. Una sensación ingrávida que me embriaga y me hace sentir reemplazable y que lo que quiera que haga puede afectar mi futuro. Nada seguro.
Nunca sabemos lo que esconden las miradas.
No lograremos entender las decisiones.
Inseguridad y miedo a soltar las riendas y fluir, dejarse llevar, miedo a fallar.
Miedo a un corazón roto. Miedo a que no te traten como tú crees que te mereces. Miedo al dolor después de la risa. Miedo a sentirse inútil y estúpido.
Intentar mantener el control de las cosas no se puede lograr. La vida son millones de destinos entrecruzados, cientos y cientos de casualidades ubicadas unas junto a otras.
En este preciso instante me siento idiota, por confiar. Confiar. Depositar fe y esperanza en alguien, dejar de sentir miedo de que algún imprevisto nos azote.
Si una cosa he aprendido es que la vida está llena de alegrías y de tropiezos, que estamos aquí para aprender y que sufrir es amor. Lo que no entiendo es el por qué del sufrimiento, juegos, opciones abiertas, miedo a hacer preguntas, miedo a dejar de pensar y comenzar a sentir.
Estoy aterrada y no entiendo nada. No sé si sea el momento de ilusionarme de esta manera para estar en la incertidumbre y que alguien más tome las riendas
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